Una rápida mirada a las situaciones lingüísticas del mundo pone en evidencia, como sucede con las personas, que las lenguas son profundamente desiguales. ¿Por qué? En primer lugar, desde el punto de vista estadístico, unas son muy habladas y otras muy poco. Algunas son relegadas a funciones y usos familiares -no se escriben, no se utilizan en la enseñanza- mientras otras dominan y copan las funciones de tipo oficial, literario, cultural, internacional o vehicular. Algunas son consideradas más prestigiosas que otras; unas son reivindicadas por sus hablantes y otras se pierden en su transmisión y son cambiadas por las que resultan más útiles.
Y sin embargo, como las personas, todas las lenguas son iguales. En ese mundo ideal llamado Utopía.





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