Hay fotos que nos interpelan, imágenes que dicen tanto que uno se queda mirándolas y siempre tienen algo nuevo que decir. Es lo que me pasa a mí con la foto que voy a intentar que vean.

Están los dos sentados en un suelo de baldosas, dos adolescentes que se sienten mayores y un poco perdidos. Él lleva una cazadora de piel marrón con los bordes oscurecidos por el uso y los inevitables vaqueros. Ella, además de los vaqueros, viste una parca negra con la capucha ribeteada de piel. Los dos tienen las rodillas dobladas contra su pecho y sus brazos se rozan pero no se tocan, parece que con sentir la cercanía del otro les basta. Ella tiene los ojos muy pintados de negro, jugando a ser la protagonista de alguno de esos programas de Tele 5, y sonríe un poco, como si fuera inevitable sonreír a la cámara, pero mi hijo no, él mira directamente al fotógrafo y parece perdido, un poco sorprendido, podría ser el personaje de una película, un actor que intenta parecer desolado y lo consigue. Es difícil saber dónde están porque una pared sucia y un suelo de baldosas es todo lo que les rodea, aunque, estén donde estén, en sus ojos se ve que la noche está a punto de acabar.

Y cada vez que miro esta foto me hago alguna pregunta tonta, ¿por qué estarán tan solos?, ¿por qué parece que ni siquiera entre ellos se hagan compañía?

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