«Y aún recuerdo el deleite que sentí al comprender aquella verdad milagrosa: las palabras podían tener dos significados distintos. De pronto, la lengua se me antojaba el mejor juguete del mundo. Las bicicletas solo funcionaban hacia delante; las pelotas siempre rodaban cuesta abajo; a los juguetes se les acababa la cuerda y se paraba. Pero, de pronto, tenía una fuente de posibilidades infinitas, tal vez hasta una manifestación del movimiento perpetuo, ya que, con la habilidad suficiente, podías combinar las palabras sin parar y hacer que significasen cosas distintas, y, además había muchísimas más palabras que, por ejemplo, juguetes o bicicletas.
Una vez empecé a leer yo sola, me di cuenta de que el lenguaje también era la fuente de muchos engaños. Hay un acertijo que, en inglés, se delata a sí mismo si lo vemos escrito, porque se basa en esa peculiaridad terrible de mi idioma: la pronunciación es del todo caprichosa y no responde a reglas ni leyes.
Se trata de «What’s black and white and read all over?«, que, traducido atendiendo a la pronunciación, sería: «¿Qué es negro y blanco y se lee de arriba abajo?».
Si lo decimos en inglés -y recordemos que se trata de un acertijo oral-, la palabra read, por su proximidad a las palabras black y white, que significan «negro» y «blanco», que además se pronuncia igual que el color rojo o red, siempre nos hará pensar en el nombre del color y no en el pasado del verbo to read, que significa «leer». Si los hablantes nativos siempre caen, los que no son nativos no tienen nada que hacer.
Así pues, cuando todavía era niña, vi ejemplos de los milagrosos engaños que podían perpetrar las palabras escritas que confunden con su sonido y las palabras habladas que parecen tener el derecho a significar lo que les plazca. Dado que mi lengua nativa es el inglés, el hecho de que el idioma no sea digno de fiar me resulta una fuente de placer, no de frustración. Y no solo eso, sino que el inglés y sus hablantes son muy dados a este tipo de fruslerías verbales.»
Donna Leon: Una historia propia
Imagen: The Wadden Sea National Park No 144, de Claus Gawin





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