Se sienten a veces los días llenos y vacíos al mismo tiempo. Pasa el día sin nada extraordinario y sin embargo se da uno cuenta de que es uno de esos días que se suman a otros parecidos y que van escribiéndose y llenando una vida.
Días en los que se ha dado un paseo, se ha leído un libro o se ha tomado un café con una amiga. Días sin más, cotidianos, de esos que cuando salen en las novelas o en las películas no parecen aburridos pero en nuestra vida sí.
Y se da una cuenta de que son hermosos y felices cuando se comparan con otros que se han pasado de visita en un hospital o esperando en un aeropuerto o días llenos de dolor de cabeza en los que no se podía disfrutar de nada. Es entonces cuando decimos, si es que lo mejor es la rutina, no hay nada como la normalidad, y lo más tonto nos parece la mayor de las felicidades.
Y esos días llenos y vacíos cuando se viven son días llenos de vino y rosas cuando se recuerdan, aunque sea amontonados, aunque no se distingan los unos de los otros. Son los días que han conformado nuestra vida.
Imagen: Blue Abstract, de Andrea Pallang





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