«Las enfermeras nos decían que le habláramos cerca del oído, que nos escuchaba a pesar de que estaba inconsciente, pero yo no pude hacerlo, porque en el fondo sabía que estaba solo en la habitación. Sentía, es justo decirlo, que todo aquello que decíamos no sólo era unilateral, sino también fútil e insustancial, un desperdicio. Como si todas las palabras de aliento y de cariño rebotaran sobre la sábana y se esparcieran por el aire esterilizado del hospital, para después hundirse en el piso, ser trapeadas por el intendente y finalmente exprimidas sobre una coladera. Puede parecer un poco estúpido decir que me he ahorrado las palabras frente al cuerpo frágil de mi madre. Pero la abstención no tiene nada que ver con el despilfarro o la economía sentimental, sino con la impotencia y la calibración verbal. Mi madre operaba en una lengua afónica, constituida primordialmente por un montón de silencios concatenados que denotaban ideas más o menos abstractas y otras más bien claras. No tiene ningún caso ofrecer un exceso de palabras a quien lleva una relación íntima con el mutismo. Los registros son distintos y nunca van a ajustarse, por el contrario, se repelerán como dos polos iguales. Es lo que ocurre cuando dos personas que hablan distintos idiomas tratan de comunicarse.»

Franco Félix: Lengua dormida

Imagen: Connected, de Monica Lee Rich

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