Pongamos que David emigró a Suecia con un buen trabajo, que conoció a Ingrid, se casaron y tuvieron un hijo. Los padres y hermanos de David están en España, así como los amigos que todavía conserva. Habla con ellos en castellano pero su léxico es cada vez más reducido, se le olvidan las palabras que no usa. Esto le provoca una sensación de pérdida e incluso una duda acerca de su identidad, esa sensación de no sé si soy español porque se me está olvidando el castellano, pero tampoco soy sueco porque no he nacido aquí.

Los migrantes de larga duración pierden en ocasiones parte de su lengua materna a fuerza de no usarla, olvidan palabras o tienen dudas sobre la corrección gramatical de una frase. Esto genera en ellos una sensación de pérdida, de no pertenencia a la comunidad o el país en el que nacieron y crecieron, es decir, un conflicto de identidad: no saben con certeza cuál es su lugar en el mundo, ¿el país en el que nacieron o el que les ha acogido y en el que viven en el presente?

Todo esto supone una especie de alienación en las dos culturas que habitan en ellos y les provoca un sentimiento de soledad y aislamiento, pues la lengua materna es uno de los aspectos básicos de nuestra identidad. Algunas personas lo llevan bien y no le dan mayor importancia pero para otras es causa de tristeza y desarraigo.

Imagen: Ondarreta, de Clara Gangutia

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