Dicen las canciones y los optimistas recalcitrantes que la vida es maravillosa. Y no digo yo que no lo sea, pero también es cierto que según transcurre se va poniendo picajosa.

Y es que según pasan los años tiene uno que aprender a decir adiós a todo lo que ya no seremos, ejercicio de melancolía donde los haya. No es de extrañar, por tanto, que cuando aparece una noticia diciendo que alguien ha hecho algo con 80 años, guardemos el suceso en nuestra memoria y nos aferremos a él como a un clavo ardiendo. Si alguien ha podido terminar la carrera de Medicina con esa edad, qué no podré hacer yo todavía.

En el tiempo de nuestra vida somos muchas cosas, pero hay otras muchas que se van quedando por el camino. Elegir es renunciar y vivir es aprender a asumir que muchas de las opciones con las que habíamos soñado simplemente nunca se harán realidad.

Se acaba nuestro tiempo de juegos en la niñez, se acaba el enamorarse a tontas y a locas, se acaba ver a los hijos dormidos y sí, se acaba pensar que todavía seremos esto o aquello, a no ser que el telediario nos cuente que hay una señora con 117 años en Cataluña que está como una rosa y nos aferremos a ese pensamiento iluminado de y por qué no yo también.

Imagen: Conquering, de Fernando Aguayo