Stephanie Plum, la protagonista de unos maravillosos libros de Janet Evanovich, tiene una abuela cuya mayor afición es asistir a funerales. Yo tengo una tía aficionada a leer las esquelas. No solo las lee sino que después nos las cuenta. Hoy había una esquela de un hombre al que entre paréntesis le ponían viudo de… otro hombre, fíjate qué bueno, y tenía hijos, lo que significa que los hijos aprobaban su “salida del armario” porque si tenía hijos es que estuvo casado con una mujer… (tela, las deducciones de mi tía). También he visto una de una señora muy mayor a la que le ponían una esquela sus bisnietos, y digo yo, mira tú que maravilla para ella y para sus bisnietos que se ve que se querían.
Y así mi tía extrae su propia prospección social, el cambio de costumbres a través de las esquelas. Esas en las que pone «qué fácil fue quererte, qué difícil será olvidarte» y fórmulas parecidas no le gustan, dice que si tanto le apreciaban se podían haber trabajado un poco más la despedida.
Últimamente nos dice que ve menos esquelas y que sus amigas le han dicho que sí, que hay gente que no las pone porque ya no se lee el periódico como antes y ella, que es de cafecito y periódico todas las mañanas, dice que es una pena, que a ver cómo te vas a enterar si se ha muerto alguien que conocías.
Imagen: Très loin d’ici, de Robert Gheyssens





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