A veces piensa una en escribir lo que siente o lo que no siente y se imagina que no quedaría mal juntar unas cuantas palabras y frases que serían verdaderas porque al fin y al cabo lo que importa es la verdad, eso es lo que dicen los escritores y los actores y los artistas en general, pero después se da una cuenta de que esa verdad podría herir a gente a la que quiere, no porque sea nada que vaya a cambiar la vida de nadie, sino simplemente porque nuestros días se mueven entre mentiras blancas, medias verdades o simulaciones de alguien que fuimos pero que ya no somos.

Y es que esas frases no reflejarían solo nuestra verdad, sino también la de aquellos con los que nos relacionamos, aquellos a los que queremos y que, por lo tanto, no queremos que sufran.

Entonces las palabras y las frases se encogen, se guardan en el forro del abrigo, se esconden en el armario de la ropa blanca, entre las sábanas, y así, la verdad que estábamos pensando escribir se repliega, se hurta y volvemos a ser banales, contamos sin contar, decimos sin expresar porque la mayoría de nosotros somos cobardes, porque tenemos miedo, porque para qué, porque cuánto se puede uno exponer, cuánta piel exhibir y qué pasa si está en carne viva. 

Imagen: In Light, de Louise Camille Fenne

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