En ocasiones, traigo aquí una cita porque me gustan algunas de sus palabras -lumbre, candela, anillito-, otras, porque me parece que con ese par de párrafos que transcribo quizás a alguien le baste para querer leer el libro. De manera que a veces hago marketing y otras simplemente extiendo mi entusiasmo. Esta vez se trata de las dos cosas.
«En el campo donde viví gran parte de mi infancia, los cuentos pasaban de boca a oreja, porque la lectura era siempre oral y los autores no importaban o se acababan perdiendo en el bosque, hilados de voz en voz, desvanecidos de eco en eco. Los temas tenían que ser, a la fuerza, cruentos. Porque una amiga mía se ahogó en un pozo. Porque soy de la tierra de Lorca, donde el lagarto y la lagarta lloran por haber perdido un anillito (te recitaré este poema, te lo cantaré). Porque lo popular andaluz utiliza los diminutivos para paliar las épocas de sequía. Porque cuando mi primita murió en la playa fue en un año de sequía extrema, de esos en que cortan el agua durante muchas horas al día. Mi bisabuela me contaba todos los cuentos del mundo con una luz de candela, y luego, cuando cocinaba, me decía: «La buena cocina, como los cuentos, también ocurre al amor de la lumbre». Y después estaba mi abuelo Juan, aquel que tanto se empeñó en que conociera las plantas y los bichos del campo, en que aprendiera a orientarme, como si pensara que algún día iba a quedarme sola y perdida y tuviera que enseñarme a sobrevivir. Aunque yo ya estaba sola. Y el campo que me enseñó a entender para sobrevivir ya no existe. En su lugar vivo, vivimos, en una ciudad que ahora más que nunca no voy a saber transitar, perdida, tal vez, con la cabeza vacía, mis sesos en una mano que busca una papelera para arrojarlos, los coches sorteando mi cuerpo autómata por la carretera, insultándome: «¡Loca! ¡Imbécil!».»
La playa, de Marina Perezagua
Imagen: Pailleron Children, de John Singer Sargent





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