Al fin me decidí a subir los álbumes de fotos que tengo en el trastero. Buscaba fotos de mi padre y lo que he encontrado ha sido imágenes de una pareja joven que se asoma a la vida. He visto momentos que no conocía, que no había visto nunca. He descubierto que mi madre era muy guapa y que mi padre la miraba enamorado cuando eran novios. Que mi madre se casó de negro aunque eso ya lo sabía pero no me acordaba. Se casó de negro porque su padre estaba ingresado con tuberculosis. Esta palabra no se pronunciaba nunca en mi casa, se decía que mi abuelo estaba en un sanatorio y no sabían si se pondría bien, que se le había secado un pulmón. También he visto fotos mías y de mi hermano muy bonitas. Siempre le tengo cogido de la mano y él siempre parece triste, al menos de pequeño. He visto fotos de mi tío Lorenzo, el que luchó en Indochina, fotos con una leyenda debajo (de su puño y letra) en la que cuenta lo que hacían, cómo doblaban las mantas y las unían a las mochilas, cómo subían en los barcos y desembarcaban en alguna isla. Mi tío nunca volvió de aquella guerra.
Hay fotos también de mis hijos que me han llenado de nostalgia por aquellos años felices que entonces no lo eran. Cuánto daría ahora por un solo día con aquellos niños, por abrazar sus cuerpos de cinco, tres años, por jugar al escondite o darles un biberón y sentirlos templaditos abandonados en mis brazos. La nostalgia es ese sentimiento que te deja un halo de pérdida por un tiempo pasado que no fue tan rosa como en el recuerdo pero al que quisieras volver.
Imagen: Carmencita, de Antonio López





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