Esperamos al autobús a las afueras de Sofía con la cabeza metida en el Google Maps verificando el número de autobús que tenemos que coger. Llega una pareja con tres niños y hablan en español. Compartimos idioma aquí, tan lejos, en esta esquina del este de Europa. Se ponen contentos cuando nos oyen hablar. Él nos cuenta que viven en Italia, cerca de Venecia, que son americanos y que les gusta mucho viajar. Somos nacidos en Puerto Rico -nos dice- que me gusta mucho a mí tener el español como lengua además del inglés, que así es como que tienes algo más, ¿no? Yo soy militar, nos fuimos primero a Corea del Sur, allí estuvimos tres años, no fue fácil allí con el idioma y la gente, que es como si fueran todos la misma persona, todos igualitos oye, y después ya nos hemos venido aquí, a Europa, a Italia, que pensamos y por qué no, así desde allí los niños van a ver más mundo y nosotros también. Este pequeño, este ya ha nacido en Italia, todavía estamos con sus papeles. Nosotros nos volvemos ya mañana para Italia, alquilamos un coche porque con las tres criaturas pues es lo mejor y ahora, quién sabe lo que nos deparará el destino, lo mismo nos mandan a España o nos tenemos que volver a América…
Y los niños mayores miran a su padre y yo me pregunto si se sentirán desarraigados o si ese cambio de países les aportará otra forma de estar en el mundo y el día de mañana serán personas tolerantes y serenas. ¿Y ustedes?, nos pregunta su padre, ustedes ¿por qué están aquí?
Imagen: A Day by the Sea, de Dorothea Sharp





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