Leo a Elizabeth Strout y a Rachel Cusk y siento que me reencuentro con dos mujeres a las que conozco. No son mis amigas y no es verdad que las conozca pero leo sus libros y reconozco su forma de escribir, sus fantasmas, en el caso de la primera incluso reconozco a sus personajes pues son los mismos de otros de sus libros.
Me sumerjo en la historia, y a la vez que vivo otras vidas, veo la mía con otra luz, distingo preguntas que yo también me hago, sentimientos que nunca he sentido. La vida te sale al encuentro escondida entre las páginas. Una persona escribe en la otra punta del mundo y tú entiendes lo que dice, sabes exactamente a qué se refiere. Ves como si fueran tuyos su miedo y su desasosiego o el amor que siente por su pareja. Se representan en tu cabeza los árboles de Maine o ese cottage remoto de Gales. A veces quiero viajar a un lugar que he visitado sin pisarlo, otras pienso que jamás iría a ese sitio porque me ha dejado un regusto amargo en la boca.
Y, así, la literatura forma parte de tu vida como el mar de la ciudad en la que vives. Hay escritores que vagan por tu cabeza como si fueran viejos conocidos, pesares que sabes que otros sienten igual que tú, entusiasmos que antes de surgir en tu interior lo han hecho en la punta más lejana del mundo. Y ves que es verdad que leyendo se viven otras vidas y con más intensidad la propia.
Imagen: Lime Tree Shade, de Amy Katherine Browning





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