El idioma tiene una innegable capacidad identitaria, consigue que los que hablamos la misma lengua demos en llamarnos «nosotros» frente al «ellos» de los que no hablan esa lengua tan preciosa que es la propia. A «ellos» les llamamos bárbaros, bereberes o belarri motzas, dependiendo de quienes seamos «nosotros».

«Los romanos, cuya lengua era el latín, llamaron bárbaros a los pueblos germanos, que hablaban una lengua incomprensible para ellos. «Bárbaro» proviene, en última instancia, de una onomatopeya que imita el modo de hablar ininteligible de los extranjeros. Precisamente, tiene la misma raíz -la misma onomatopeya- el nombre del pueblo norteafricano «bereber». Al parecer, los bereberes eran para los romanos personas que hablaban mal y balbuciendo. Siglos antes, sin embargo, los bárbaros habían sido los propios romanos, en este caso para los griegos, quienes hablaban la prestigiosa lengua de Homero.

Esta dinámica de menosprecio hacia la lengua de quien se considera inferior ha seguido existiendo durante muchos siglos. Cuando el latín se desgajó y surgieron las nuevas lenguas, estas eran consideradas vulgares, no merecían la condición y el prestigio que tenía el latín. Pero el castellano, el inglés, el francés o el portugués fueron las lenguas que luego hubo que implantar en América tras su conquista. En el siglo XX, muchos hemos oído cómo los vascos llamaban belarri motza («corto de oído») a modo de insulto racista a aquellos trabajadores y trabajadoras que tuvieron que emigrar a tierras vascas en busca de trabajo y futuro y no entendían nada de euskera.»

Reguero Ugarte, Urtzi: Ni la mitad te creas. Mitos, verdades y algunas curiosidades más sobre el euskera.

Imagen: The Water Garden, de Childe Hassam

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