Este libro me llegó de la mano de Leila Guerriero. No me extraña que le guste, es tan preciso y exacto como la escritura de ella. El libro es como un zumo, una esencia. Las oraciones subordinadas se perdieron por el camino. Todo va a la raíz de lo que quiere decir, no le interesan los circunloquios.
«Callar para oír voces y ruidos es un gesto determinante en nuestras vidas. Aprendemos a hablar imitando. La lengua madre se asimila antes de entenderla. La voz es tan profunda como la piel. Es diversa en sus matices. La pronunciación y el acento dicen más que el significado de las palabras. Son los recados más directos que nos podemos enviar.
A veces no entendemos lo que alguien canta o habla; sin embargo, tenemos una opinión de cómo lo hace. Su forma de expresarse nos permite ese juicio. Se nos revela ese alguien en el manejo de las inflexiones y las pausas de su voz. El arte de cautivar con el sonido de las palabras tiene que ver con el ritmo. Los susurros y murmullos son formas de rozar con la voz. Hablarse al oído es pura intimidad. Las entonaciones pueden levantar pasiones o sepultarlas.
La diferencia entre entender lo que alguien dice con palabras y el acto de escuchar es infinita. Escuchar es una entrega. Implica dejar que la voz del otro llegue dentro de uno más allá de la razón. Hay una grabación de Sylvia Plath leyendo su poema «Daddy». Lo que se escucha es el habla sedosa de una adolescente perversa y corrompida que se queja con indisimulado goce. Es un acto más que un poema. Anne Sexton, en una entrevista televisada, leyó «Wanting to Die». El texto posee una fuerza crepuscular, es un ruego de muerte declamado como letanía erótica. Circula un registro de Zurita recitando Canto a su amor desaparecido. Su voz genera un efecto estremecedor. Es una plegaria alucinada, una invocación que conmueve en medio del dolor despiadado que sufren las víctimas.»
Matías Rivas: Referencias personales
Imagen: The Last Rack, de Steven J. Levin





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