«Oí que alguien caminaba hacia mí y me aparté las manos de los ojos, que se vieron deslumbrados por la luz repentina. Era la mujer de admisiones, plantada junto al banco y mirándome con preocupación, y me sentí avergonzado, comprendiendo que había dado todo un espectáculo silencioso. Vsichko nared li e, me preguntó, ¿va todo bien?, o más bien ¿está todo en orden?, dado que red es la palabra para hilera o secuencia; ¿está todo en su sitio? es lo que significa realmente, y pensé para mí mismo que cuándo lo estaba. Pero por supuesto dije que sí, esa sílaba tan corta, pronunciándola dos veces en rápida sucesión, da da, como diciendo vaya una pregunta, cómo podría ser de otra manera, y ella asintió al oírlo como si se lo creyera, y luego se sentó a mi lado en el banco. Me sorprendió aquella repentina proximidad, y di un pequeño respingo, como si aquella mujer quisiera hacerme daño. No era joven, pero tenía un aire de vitalidad que me hizo pensar en la expresión búlgara zryala vuzrast, edad madura, que ellos usan para referirse al período anterior a cuando uno es mayor de verdad. Era robusta, pero llevaba su peso como un signo de salud, su corpulencia suavizada por el bienestar. Se me ocurrió que era la primera persona a la que había visto en esas instituciones que no parecía agotada o exasperada; es un talento que tiene alguna gente, el de sentirse a gusto, o al menos parecerlo, sé que esas impresiones pueden ser equivocadas. Ne se pritesnyavai, me dijo la mujer, no te preocupes, ne e fatalno, no es tan grave, harás el tratamiento y te pondrás bien, pronto habrá pasado todo.»

Garth Greenwell: Lo que te pertenece

Imagen: National Gallery London, de Steven J. Levin

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