Cuando aprendemos un idioma nuestra primera reacción es traducir: cómo se dicen mesa, libro, andar o amanecer. Pero si hablamos euskera nos encontraremos, por ejemplo, con una palabra, ahizpa, que significa ‘hermana de hermana’ y otra, arreba, que significa hermana de hermano ¿cómo traducimos eso al castellano?, con la única palabra que tenemos, «hermana».

Y es que cada idioma es un mundo aparte, tienen muchas cosas en común pero tienen otras muchas que son únicas, que solo pertenecen a uno o a unos pocos. Es muy común que un idioma no distinga el género, como por ejemplo en inglés y en euskera friend y laguna significan tanto ‘amigo’ como ‘amiga’, solo por el contexto, y en algunas ocasiones por el artículo, sabrás si se refiere a un «él» o a una «ella». Yo diría que estas sorpresas que nos tienen reservadas los idiomas son una de las cosas más bonitas de aprender uno nuevo: ver cómo se organizan para expresarlo todo. Todo esto viene a cuento de la siguiente cita:

«El trotamundos me contó que le encantaba la palabra galesa hiraeth, que -como muchas de las mejores palabras del mundo, al parecer- carecía de un equivalente exacto en inglés pero hiraeth significaba, a grandes rasgos, anhelar un hogar que ya no existe o que tal vez no haya existido nunca. Dijo que así se sentía respecto a mí, como si yo fuera un hogar perdido tiempo atrás, un hogar que ni siquiera sabía que tuviera. En sus palabras creí percibir el asombro del reencuentro, más que la constatación de algo imposible.

Pero, en el fondo, hiraeth parecía describir no tanto nuestra relación cuanto lo que más me dolía de mi matrimonio: echar de menos no lo que había sido, sino lo que habría podido llegar a ser, lo que ambos habíamos esperado que fuera.»

Leslie Jamison: Astillas. Una historia de amor diferente

Imagen: Bagno la Salute (the Closed Umbrella), de Nelson White

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