Que los hablantes nos aferramos a la ortografía es cosa bien curiosa y casi podríamos decir que es algo que se acentúa con la edad. No pocos de nosotros hemos renegado de niños a cuenta de la ge y la jota, argumentando impotentes que para qué dos letras distintas si «jeringa» y «geriátrico» suenan igual. ¿Y la b y la v? ¿Y la hache, que «no sirve para nada», qué me dicen de la hache? Pero luego crecemos y les vamos cogiendo cariño y cuando la Academia viene a simplificarnos la vida diciendo que vale, que no hace falta que le pongamos el acento a «solo» en ningún caso, nos rebelamos y decimos que le vamos a seguir poniendo el acento como hasta ahora, diga lo que diga la Academia. Así somos, sí.
Está claro que todos le cogemos cariño a la ortografía, cada uno a la suya, por supuesto.





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