A principios del siglo XX las publicaciones científicas se escribían en cuatro idiomas que rivalizaban entre sí y que eran: el ruso, el francés, el alemán y el inglés.

El nazismo supuso un gran descrédito para el alemán como idioma científico, situación que se vio acrecentada con la emigración de muchos científicos alemanes a Estados Unidos y Gran Bretaña al final de la guerra. El francés, por su parte, entró en una lenta decadencia, mientras el ruso, aunque un tanto aislado, siguió siendo un lenguaje de publicaciones científicas hasta la caída de la URSS en 1989.

El resultado de estos procesos fue, como todos sabemos, que el inglés se convirtió en el idioma científico mundial por excelencia. En la actualidad, las publicaciones académicas de Tokio, Beijing, Moscú, Berlín y París o bien se editan directamente en inglés o bien incluyen traducciones al inglés junto a los textos en otras lenguas.

Aunque, también hay quien piensa que, dado que el motor que lo mueve todo es el cambio, bien podríamos, en un futuro, ver que sí, el inglés sigue estando en la pole position, pero acompañado del mandarín y el español. Quizás, quizás, quizás.

Imagen: Bella y Esther, de Lucian Freud

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