Las lenguas no son machistas, no son racistas, no son ni buenas ni malas. Están ahí incoloras, inodoras e insípidas para que los hablantes hagamos con ellas lo que queramos (o lo que podamos).

Las lenguas no son fáciles o difíciles, la dificultad solo depende de la distancia que exista entre la lengua de partida (la materna) y la de llegada (la que queremos aprender). No son feas o bonitas, las lenguas son herramientas a través de las que nos expresamos.

Cuando aprendemos otro idioma desconocemos la carga de las palabras, nos falta su historia, su contexto, el uso especial que de ellas hacen sus hablantes porque sí, hay palabras cargadas de significados adyacentes que ha creado la sociedad que habla esa lengua.

Las lenguas son como los camaleones, se prestan a disfrazarse, a enmascarar y a ser utilizadas, por eso hay quien levanta una imagen maravillosa con un par de palabras y quien consigue hablar mucho sin decir nada.

Recuerden, no obstante, que la maravilla o la culpa no son de la lengua, son del que la utiliza.

Imagen: Lily Bouquet, de Elizabeth Becker.

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