Viajar es estar cansado, es perderse, comer mal, buscar un baño, sentirse ignorante, ser torpe. Viajar es asombrarse, es aprender y tener ganas de ser distinto. Viajar es apreciar el país propio. Viajar es esperar en el aeropuerto, en la estación, en el hotel, esperar a que llegue la hora de entrar en el Airbnb.
Viajar te lleva a camas que no son la tuya, a comidas que no conoces, a gente que no entiendes. Viajas y aprendes y creces y aprecias lo que antes no significaba nada. Viajas y echas en falta a los que realmente son importantes en tu vida. Viajas y el tiempo se estira como un chicle, dos días se convierten en dos semanas y quince hacen un par de meses.
Al viajar te inventas cada día y eliges: qué haré hoy, qué haré mañana, qué visitaré y qué dejaré sin ver. Y cuando viajas piensas aquí no volveré o aquí me quedaría a vivir. Y al viajar creas recuerdos que se incorporan a tu memoria, te haces preguntas para las que no tienes respuesta.
Y también, como dice Paul Theroux, “Viajar solo es glamouroso cuando se mira en retrospectiva”.
Imagen: January Moon, de Louise Camille Fenne





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