Me gusta el argentino como si fuera un idioma exótico y no el mismísimo español que hablo yo. Me fascina el vos, el querés, que el trabajo sea el laburo y la remera una camiseta. Que el estar de pie se convierta en pararse, que se diga recién llegaste y que al móvil le llamen celular. Que se espeten pendejo y pelotudo, que para decir de pequeño digan cuando era chico.
Hay algo dulce (quizás de membrillo) en su acento, un disfrute en la forma de alargar las sílabas. Incluso las frases que no termino de comprender me parecen maravillosas: “Solté una puteada para hacerme la canchera”.
De dónde viene este amor por el argentino, me pregunto, y me digo que probablemente de Julio Cortázar, de Pedro Mairal, de Ricardo Darin y de Leila Guerriero porque cómo no amar un idioma con el que he disfrutado tanto.
Imagen: Emilie, de Louise Camille Fenne





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