Ayer E aprendió la palabra hipopótamo. Es una palabra difícil, muy larga, con una sílaba repetida que hace que la lengua se enganche. El hipopótamo pequeñito fue la sorpresa que le salió en un huevo Kinder. Él pensó que era un dinosaurio al que de pequeño (más pequeño) llamaba «ojaio», quién sabe por qué. No, corazón, mira, no es un dinosaurio, es un hipopótamo. Y él miró al bicho y luego a mí y se quedó pensando cuántas más palabras le quedarían por aprender… y cómo se diría hipopótamo en inglés y en euskera y en la lengua de Ghana que hablan sus padres. Dentro de unos años, no muchos, me enseñará él a mí cómo se dice hipopótamo en todos esos idiomas, pues ahora no sabría yo decir cómo se dice en euskera y tampoco en inglés. Mira que somos ignorantes y qué listos nos sentimos frente a un niño que tiene todo el mundo por aprender.
Entramos en el ascensor y él presiona el 4 y yo pienso cómo hemos pasado en tan poco tiempo de estar en una cuna tumbados sobre la espalda a saber que cuando entra en el ascensor de mi casa tiene que pulsar el 4 para llegar a casa de Gemma.
Imagen: Le Quattro Porte, de Mateo Massagrande





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