Soñé que era joven y que el entusiasmo estaba intacto, que el mundo era mío, que el viaje era el destino. Soñé que creía que la vida era maravillosa, me vi ingenua, tocada por la inocencia, llena de fulgor. Soñé que no me preocupaba la muerte, que ante mí se extendía el mundo, que todo estaba a mis pies. Soñé que dejar un bonito cadáver era romántico, que no me había dado tiempo de tomarle tanto aprecio a la vida.
Soñé con días eternos, con horas leves, con momentos sutiles. Soñé que nada malo me pasaba porque nada malo había vivido todavía. Soñé que no sabía de pérdidas ni de renuncias ni de fracasos. Soñé que me quedaba a vivir en el sueño.
Imagen: Woman and Flowers, de Lawrence Alma-Tadema





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